M.C.S.

Era septiembre de 1990, como proyecto de vida tenía volver a la ciudad en octubre para continuar el tercer curso de la carrera universitaria, pero mi madre es hospitalizada. Hay que atenderla a ella y también la casa, mi padre y tres hermanos.

Comienza el curso, mis amigos van a la ciudad y yo me quedo en el pueblo. Me cruzo con los vecinos y todos me repiten “no puedes estudiar, debes cuidar a tu madre”. Este tipo de frases aumentan mi dolor y me hace entrar en depresión. Yo misma veía perfectamente la situación, pero no paraban de recordármelo.

Los ratos del hospital son duros. Mi madre se preocupa por mí, voy  a perder el curso. Le explico que podría presentarme a unas oposiciones. Lo vimos bien. Preparo todo el material. En el pasillo del hospital no dejaba de estudiar. En casa, aprendí a escribir a máquina. Ella estuvo 3 meses en el hospital y después la mandaron a casa, donde quedó en cama.

Tener este nuevo proyecto, buscar huecos para trabajarlo me ayudaba anímicamente. Cuando iba a atender a mi madre, le contaba con cariño los progresos en la mecanografía, los detalles nuevos que había aprendido del tema, lo curioso que me resultaban los ejercicios de psicotécnicos…  Ella escuchaba con  ilusión y le gustaba saber de mis progresos,  verla así aumentaba mi amor por ella y me daba fuerza para continuar otro día más con tanta tarea.

En septiembre del año siguiente fueron los exámenes. En diciembre ya sabía que tenía plaza de auxiliar administrativo,  y a la primera persona que se lo comuniqué fue a ella, falleció en mayo sabiendo que yo tenía trabajo.